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La presa será atada e inmovilizada a un camastro, manteniendo su conciencia intacta respecto a su entorno. El cazador entrará, provocando molestos rechinidos con sus utensilios de limpieza. Utilizando un gancho o garfio, atravesará la quijada de la presa y tirará de ella, manteniendo asi su boca abierta en todo momento, a pesar de los esfuerzos de la presa por cerrarla. Con pinzas y de manera agresiva, se extraerán lentamente los dientes delanteros, buscando causar el mayor dolor posible.

Luego, nos enfocaremos en los ojos de la presa. Con tijeras o navaja pequeña, retiraremos los párpados de la víctima, dejando al descubierto los globos oculares. Acto seguido, los dientes previamente extraídos serán introducidos a la fuerza en las cuencas de los ojos de la víctima, atravesando los globos oculares.

Continuaremos con la mutilación de la victima, cortando los labios, las orejas y realizando cortes bruscos y aleatorios en la nariz y el cabello con el único propósito de infligir más dolor.

Finalmente, se emplearán dos ganchos adicionales para atravesar las plantas de los pies de la víctima y colgarla cabeza abajo desde una gran altura. Otros ganchos se utilizarán para atravesar los brazos, hombros, antebrazos y palmas de la presa. Estos ganchos estarán unidos a cuerdas o cadenas cargadas con un peso considerable, suficiente para que la fuerza aplicada eventualmente destroce a la presa.

Como toque final, de jaremos nuestra firma caracteristica y asi, otro pedófilo habrá recibido su merecido castigo.

Primera vez.

La presa yace atada, Consciente de su culpa, su mirada desolada. El cazador, con manos firmes y corazón ardiente, Desata su tormento, venganza inconsciente.

Con ganchos afilados y gestos de crueldad, Atraviesa la quijada, en brutalidad sin piedad. Los dientes, arrancados con lento deleite, El cazador halla alivio en este cruel rito.

Cada corte, un eco de su propio dolor, En los labios de la victima, encuentra su clamor. Mientras mutila la carne, el cazador sonrie, Su propio sufrimiento, en el tormento se diluye.

La presa, merecedora de esta justa condena, Por sus actos infames, su alma envenena. En su agonia, halla redención y castigo, El cazador ejecuta su destino, sombrio testigo.